miércoles, 23 de septiembre de 2009

Cuantas realidades existen?.....E.Punset


En los anales de la pintura Naïf-tal vez por su proximidad a la manera de ser de los niños–, hay un cuadro del que fue, probablemente, su pintor más excelso, el haitiano Obin, titulado Pont-médisant sur la route de Millot. Un personaje montado a caballo atraviesa el puente, indiferente a lo que allí se cuece. Apoyado en la baranda de la izquierda, pero de pie, alguien mira al animal como si allí no se barruntara nada, mientras que, sentado en el lado opuesto, otro le habla a una moza de a pie a poca distancia. En el cauce del río, unas plantas verdes animan algo el escenario. Y nada más.


En el cuadro está todo lo imprescindible para montar un relato. Alguien que medita; otro que se desplaza a alguna parte; un tercero que le dice algo ininteligible a una joven en busca de compañía. El pintor oriundo del norte de Haití quiso decirnos «no hace falta más para liarla», basta la fase del chismorreo y la maledicencia. Es una visión tranquila del mundo que nos rodea. No pasa casi nada. Nadie vitupera a nadie. Es lo que aparenta ocurrir cuando se ignora –no tenemos más remedio por nuestro tamaño– la truculencia del mundo microbiano. Somos demasiado grandes para percibirlo y demasiado pequeños para concebir la vida galáctica.



El Pont-médisant… representa más de un 90 por ciento de la realidad. Es la vida antes de que estallen en algunos lugares muy localizados el furor y la desvergüenza: como en Iraq, Afganistán o el Congreso de los Diputados. La casi totalidad de la existencia transcurre en un silencio amoroso: gente que se saca unos a otros los piojos mientras sonríen; ojos penetrantes que desde un banco de piedra miran al río bajar a la mar; conductores de trenes de cercanías que, cuando les dejan, disfrutan del paisaje que va desvelando la máquina; tímpanos apacibles de médicos escuchando los latidos de un corazón ansioso; los entramados emocionales idénticos de los niños y sus mascotas descubriendo el mundo todavía inexplorado; y el esplendor vegetal.

Es cierto, muy de vez en cuando estalla una guerra llamada ‘mundial’ en un lugar muy localizado y se enzarzan a tiros los que estaban sentados en el puente contemplando cómo fluía el río. Es cierto que, en lugar de chismorreos amorosos, hay quien de pronto le grita al de enfrente que está violando el orden natural o el fabricado por ellos mismos. Súbitamente se congregan muchedumbres que parecían invisibles para aplaudir a uno de los dos bandos; rara vez superan el millón de personas de los seis mil millones que se han contabilizado hasta ahora. Pero la práctica totalidad de los medios escritos, visuales y digitales se concentra en el alboroto que están provocando esos cuatro gatos y lo amplifica al relatarlo.



La realidad, no obstante, sigue siendo de forma abrumadora lo que el pintor naïf Obin reflejaba en el cuadro Pont-médisant… Muy por encima y mucho más allá del griterío de unos cuantos, irrumpe y desborda todos los escenarios el descubrimiento de que el caballo siempre procura complacer al jinete; la constatación de que el burro es mucho más afectivo e inteligente de lo que esperábamos, pero que le gusta hacer burradas; la confirmación del universo colosal que está descubriendo con sus primeras palabras la pareja flotando en la orilla izquierda del río, y la contemplación del observador pensativo que con su curiosidad inicia en la otra orilla la transformación de la naturaleza y la revolución científica.

¿Tanto cuesta desenmascarar a los ruidosos pregoneros del insulto y del dolor? Se diría que su realidad es la única que existe, cuando representa una ínfima parte de la misma.

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